domingo, 5 de septiembre de 2010

"Radiografía..." 1x01 - Escapar



Nunca había estado en una cárcel, y hasta el aire era un prisionero más.
—¿Me deja el DNI?
Se lo entregó al funcionario. Lo examinó como si fuera el primero que viese en su vida.
—Su abogado ha concertado esta cita —casi se vio obligada a decir Carla.
—Sí, claro.
Una estupidez. Se calló. Mejor no abrir la boca. El funcionario tomó finalmente nota de su número
y le entregó una credencial.
—Póngasela a la vista —le recomendó—. Y siga las instrucciones de los guardias en todo
momento.
—De acuerdo, gracias.
Era un hombre de mediana edad. Aun así, su mirada la desnudó. O tal vez fuese por ello, porque
allí no se veían mujeres, y menos como ella, ni mayores ni jóvenes, salvo las visitas. Carla se
sintió amargada. Las miradas de los hombres mayores siempre la atravesaban. La mayoría de ellos
tal vez tuviese hijas de su edad.
—Acompáñenle. —El relevo también la trató de usted.
Se movió igual que un autómata. Mejor dicho, la guiaron. Pasó de mano en mano mientras el eco de
sus pisadas resonaba por aquellas paredes vacías y desnudas. Cada puerta que se abría lo hacía
con estruendo, y al cerrarse expandía el tono metálico de sus goznes y sus hierros por doquier.
Sólo faltaba el sonido de las cadenas, como en los viejos chistes en los que se veía a los
condenados con ellas y una bola de hierro, para que no escaparan.
Escapar. 
Carla quiso hacerlo.
Siguió caminando. Llegar hasta allí no le había sido fácil. Ahora tenía que verlo.
Saber.
—Espere aquí —le dijo el último guardia.
Esperó, nerviosa, con las manos unidas y apretadas al máximo. De pronto tuvo unos incontenibles
deseos de orinar, y eso la hizo sentirse más ridícula. Orinar en la cárcel. Ni loca. ¿Y si no
había un lugar donde las visitas pudieran hacerlo? Se acercó a la ventana enrejada, para
distraerse, y al otro lado descubrió un patio atiborrado de reclusos de todas las edades, pero
mayoritariamente jóvenes. Estuvo a punto de soltar un gemido. Se llevó una mano a la boca y lo
abortó. Tuvo que mordérsela. Se le antojó un purgatorio, ni siquiera un infierno, sólo un
purgatorio repleto de almas perdidas. Hombres que esperaban, hombres que morían un poco día a
día.

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