domingo, 5 de septiembre de 2010
"Campos de fresas." 1x03 - blancas: d4
Lo despertó el timbre del teléfono y al levantar
la cabeza de la mesa, el cuello le envió una
punzada de dolor al cerebro. La brusquedad del
despertar fue paralela a ese dolor.
—¡Ay, ay! —se quejó tratando de flexionar el
cuello para liberarse del anquilosamiento.
Casi no lo logró, así que se levantó y fue hacia
el teléfono, moviéndose lo mismo que un muñeco
articulado que iniciase su andadura. No sólo era
el cuello, a causa de haberse quedado dormido
sobre la mesa, sino los músculos, agarrotados, y
la sensación de mareo producto del súbito
despertar, unido a la larga noche de estudio a
base de cafés y colas.
En quien primero pensó fue en Luciana, Cinta,
Santi y Máximo.
Sus padres no podían ser. Nunca llamaban, y mucho
menos a una hora como aquella. ¿Para qué? Así que
sólo podían ser ellos. Los muy...
Levantó el auricular, pero antes de poder decir
nada escuchó el zumbido de la línea al cortarse.
Encima.
Volvió a dejar el teléfono sobre la mesa y bufó
lleno de cansancio. Esperó un par de segundos,
luego se desperezó. Tenía la boca pastosa, los
ojos espesos y la lengua pegada al paladar. Debía
haberse quedado dormido aproximadamente hacía tres
horas. Las primeras luces del amanecer asomaban ya
al otro lado de la ventana. Miró los libros.
Él estudiando y los demás de marcha. Genial.
Claro que a Máximo le importaban un pito los
estudios, y Santi ya había dejado de darle al
callo. Pero en cambio, Luciana y Cinta...
El teléfono no volvía a sonar, así que se apartó
de él y fue al cuarto de baño, para lavarse la
cara. Todavía tenía todo el sábado y todo el
domingo por delante antes del dichoso examen del
lunes. Sus padres habían hecho bien yéndose de fin
de semana. Y él había hecho bien negándose a
escuchar los cantos de sirenas de los otros para
que al menos saliera el viernes por la noche.
A pesar de lo mucho que deseaba estar con
Luciana.
La llamada se repitió cuando se echaba agua a la
cara por segunda vez. ¿Por qué sus padres no
compraban un maldito inalámbrico? Cogió la toalla
y se secó mientras se dirigía hacia el teléfono.
En esta ocasión se dejó caer en una butaca antes
de levantar el auricular. Sí, tenían que ser
ellos. ¿Quién si no?
—Sección de Voluntarios Estudiosos y Futuros
Empresarios —anunció—. ¿Qué clase de zángano y
parásito nocturno osa?
Nadie le rió la broma al otro lado.
—Eloy —escuchó la voz de Máximo.
Una voz nada alegre.
—¿Qué pasa? —frunció el ceño instintivamente.
—Oye, antes de que esto pueda cortarse de nuevo...
Estamos en... bueno... Es que...
—¡Díselo! —escuchó claramente la voz de Cinta por
el hilo telefónico.
—Máximo, ¿qué ha ocurrido? —gritó alarmado Eloy.
—Luci se tomó una pastilla, y le ha sentado mal.
—¿Una...? —se despejó de golpe—. ¡Mierda! ¿Qué
clase de pastilla?
La pausa fue muy breve.
—Éxtasis.
Fue un mazazo. Una conmoción.
¿Luciana? ¿Un éxtasis? Aquello no tenía sentido.
Estaba en medio de una pesadilla.
—¿Qué le ha pasado? ¿Dónde estáis?
—En el Clínico. La hemos traído porque... bueno,
no sabemos qué le ha pasado, pero se ha puesto muy
mal de pronto y...
—Deberías venir, Eloy —escuchó de nuevo la voz de
la mejor amiga de Luciana por el auricular.
—Los médicos están con ella —continuó Máximo—.
Pensamos que deberías saberlo y estar aquí.
Se puso en pie.
—Salgo ahora mismo —fue lo último que dijo antes
de colgar.
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